La propiedad industrial es “la razón principal por la que existe una base de innovación tan sólida desde la cual trabajar para encontrar soluciones”, dice el director de la Federación Internacional de la Industria Farmacéutica.
Fuente: www.immedicohospitalario.es
La crisis sanitaria causada por el SARS-CoV-2 ha originado un esfuerzo investigador mundial sin precedentes para encontrar cuanto antes una solución terapéutica. El resultado llama la atención tanto por el volumen de investigaciones como por el corto espacio de tiempo en el que se han iniciado. Apenas tres meses después de conocerse los primeros datos sobre el virus, ya hay en marcha cerca de mil ensayos clínicos sobre la enfermedad, más de 130 medicamentos están en fase de pruebas y hay más de 100 proyectos de vacunas en ensayos.
Esta carrera científica no habría sido posible sin la existencia durante años de un marco regulatorio predecible, basado en las leyes de propiedad industrial y en la existencia de patentes a nivel mundial para proteger la innovación. Así lo ha destacado el director general de la Federación Internacional de la Industria Farmaceutica (Ifpma), Thomas Cueni, en un artículo en el diario económico Financial Times. “Las patentes, y la propiedad intelectual en general, son la razón principal por la que existe una base de innovación tan sólida desde la cual trabajar para encontrar soluciones“. A pesar de la gran cantidad de proyectos de investigación en marcha, añade, “no hay garantía de éxito, ya que pocos tratamientos e incluso menos vacunas pueden resultar seguros y efectivos. Este nivel de toma de riesgos sería imposible sin un floreciente ecosistema de innovación basado en los incentivos de la propiedad intelectual“.
El director general del Ifpma -que representa a las compañías farmacéuticas innovadoras en todo el mundo y a la que pertenece Farmaindustria– añade que poner en duda ahora el marco de propiedad industrial “crearía incertidumbre y enviaría un mensaje equivocado a las compañías farmacéuticas que se han arriesgado en grandes inversiones para reutilizar medicamentos para el tratamiento de pacientes con Covid-19 y ampliar la fabricación“. “La propiedad intelectual –añade- no es un obstáculo, sino una ayuda para terminar con la Covid-19“.
Cueni también recuerda que la industria farmacéutica se comprometió desde el inicio de la crisis sanitaria, además de garantizar el suministro de todos los medicamentos, a que habrá una distribución equitativa de los tratamientos eficaces cuando estos estén disponibles y a hacerlo a un precio asequible. Así lo reafirmó la propia Federación Internacional de la Industria Farmacéutica al unirse como socio fundador a la alianza mundial liderada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), denominada ACT Accelerator, cuyo objetivo es acelerar el desarrollo y la producción de terapias y vacunas frente al coronavirus y garantizar que estos tratamientos sean asequibles y estén disponibles para todos de manera equitativa.
Un modelo que funciona
Para la industria farmacéutica, el conjunto de medidas de protección de la propiedad industrial ofrece garantías a las compañías que investigan y desarrollan nuevos medicamentos de que si uno de sus fármacos innovadores es finalmente aprobado y llega a los pacientes, contará con un plazo temporal adecuado para tratar de recuperar la inversión realizada y generar recursos que puedan ser reinvertidos en nuevos proyectos de I+D biomédica.
Esto es crítico en la investigación en medicamentos, por el alto coste en recursos y tiempo y el elevado riesgo que implica. Poner un fármaco a disposición de los pacientes necesita 10-12 años de trabajo y 2.500 millones de dólares, y apenas uno de cada 10.000 compuestos en investigación llegará al mercado un día. A ello se suma que sólo tres de cada diez medicamentos comercializados llegan a recuperar la inversión realizada, merced a los citados altos costes, la fuerte competencia terapéutica y la progresiva especificidad de los tratamientos, cada vez más orientados a perfiles concretos de pacientes, entre otras cuestiones.
Aun así, el esfuerzo innovador de la industria farmacéutica tiene un enorme impacto sobre la salud de la población. Las compañías del sector desarrollan más del 95% de los medicamentos disponibles en el mundo. Y estos tratamientos curan enfermedades o mejoran notablemente la calidad de vida de los pacientes. Los nuevos fármacos son responsables directos del 73% del incremento de la esperanza de vida en los países desarrollados.
Estos datos corroboran el éxito del modelo de investigación biomédica liderado por las compañías farmacéuticas, que se levanta sobre una inversión de más de 170.000 millones de dólares anuales en todo el mundo, que evoluciona hacia una mayor apertura y colaboración con terceros (hospitales, universidades y centros de investigación públicos y privados) y que ha transformado en las últimas décadas el cuidado de la salud de las personas.